La iglesia de los 40.000 osarios en Medellín tiene en riesgo una de sus ‘dos caras’

2022-10-17 15:33:43 By : Ms. Grace Yang

Todos los días, cada hora, por el majestuoso pórtico del Templo de Jesús Nazareno ingresa un ataúd y comienza a sonar un himno que parece brotar de todas partes, de la intrincada red de corredores y escaleras que lo conectan y desde la ciudadela de muertos bajo la iglesia –la más grande cripta existente en parroquia alguna de Medellín–.

Cuando era niño, a Carlos Builes, un vecino y médico jubilado del hospital San Vicente, le gustaba llamarla ‘iglesia de los muertos’, cada vez que paseaba con sus papás por la calle Moore y veía, a través de los grandes enrejados, la hilera de osarios, las pinturas y pilares de la cripta.

En los noventa, cuando la muerte tomó otra connotación en la ciudad, dejó de gustarle ese nombre y la rebautizó ‘iglesia de las dos caras’. Hoy, por su cercanía al sector de las funerarias en Juan del Corral, sigue siendo el templo por excelencia donde el dolor cotidiano de la muerte encuentra consuelo en el ritual de la fe católica. Y también sigue siendo el templo de los dos rostros, pero el riesgo de que desaparezca su cara más antigua es cada vez más latente.

La hoy parroquia nació como ermita en agosto de 1899 en medio de uno los asentamientos fundacionales de Medellín. Fue erigida en ladrillo, con una elegante fachada adornada por arbotantes, que da hacia Carabobo, y en su interior, con patios y espacios de estilo republicano. Medía 32 metros de largo y nueve de ancho.

El 20 de agosto de 1925, siete días después de pisar suelo en Medellín, los misioneros claretianos tomaron posesión de la Ermita y se propusieron revitalizar la pequeña capilla. Según cuenta el padre Julio Corredor, quien lleva tres años a cargo de la parroquia, a la par de su labor evangélica hicieron en poco tiempo un espléndido trabajo de arquitectura y diseño, forrando el techo con láminas de hierro galvanizado, embaldosando con mosaicos y decorando con imágenes y mármoles traídos del extranjero para convertir la Ermita en casa y seminario.

En 1941 empezaron a construir el nuevo Templo de Jesús Nazareno y tardaron 12 años en concluirlo. El resultado final explica ese tiempo. El arquitecto vasco Vicente Flumencio Galicia Arrue diseñó una iglesia en la que confluyeron varios estilos, con predominio del neogótico.

Desde agosto de 1953 su fachada apunta hacia Juan del Corral, con el hermoso rosetón, las decenas de torreones, el gigante Nazareno con la cruz a cuestas, el campanario y el reloj –suspendido hace tres años marcando las tres y media– y María Santísima en la punta del templo, que enriquecen el paisaje cargado de edificios feos, grises y repetidos que ahogan el horizonte del Centro.

Pero si su arquitectura domina el paisaje, su subsuelo también contiene una carga histórica monumental. Para recorrer la cripta sin perderse es necesario estar acompañado por Rubén Darío, quien lleva 16 años trabajando en la parroquia y cuyas manos son el último contacto humano de las cenizas que reposan allí indefinidamente.

Los restos óseos de unos 150.000 seres (quizás más) fueron colmando galerías con nombres de santos. Son 40.000 osarios que a su vez tienen espacio para dos, tres o más restos. La cripta alberga el equivalente a la población promedio de una comuna entera en Medellín.

La cripta, que además cuenta con más de 9.000 cenizarios, es un reguero de zaguanes separados por elegantes pilares y ataviada por pinturas en el techo. Solo Rubén puede moverse sin envolatarse y además sabe con exactitud dónde hallar a los moradores ilustres, como el patriarca de la fotografía colombiana, Melitón Rodríguez.

Cuenta Rubén que cada tanto pasan transeúntes o conductores y arrojan a través de los ventanales monedas o mensajes para recibir favores de esas almas o de la imponente Virgen del Purgatorio, acompañada de ángeles y ánimas suplicantes que custodia la cripta. Es una pieza tallada en Italia en plena Guerra Mundial que en momentos de inquietud le recuerda a Rubén Darío que está rodeado de almas que solo buscan descanso. Por eso no teme nunca cuando ve que alguna sombra pasa fugaz o se mueven los reclinatorios.

Y aunque cree que es un lugar hermoso donde pasar la eternidad y que él mismo cuida con esmero, tiene claro que no es allí donde quiere descansar para siempre. “Ya di instrucciones para que tiren mis cenizas al mar, a mí el encierro me mata”, dice cerrando, otra vez con llave, la entrada a la cripta.

En diciembre de 2000 la antigua ermita y la iglesia de Jesús Nazareno fueron declaradas bienes de interés cultural de la Nación. Desde entonces, cada año, funcionarios se paran frente a la fachada para tomarle fotos y garantizar que su arquitectura no sea alterada. Pero a lo que asisten realmente es al declive del patrimonio. La fachada de la Ermita está en serio riesgo estructural, las grietas podrían hacerla caer, y los claretianos poco pueden hacer, salvo limpiarla cada tanto, porque están en el mismo callejón sin salida de los dueños de bienes patrimoniales en el país, sometidos a las decisiones de un Ministerio de Cultura que pone mil trabas burocráticas para permitir intervenir los inmuebles y tampoco aportan soluciones para evitar su decadencia.

La comunidad ha enviado cartas a la Alcaldía pidiendo que no los dejen solos en la tarea de conservar la Ermita y la cubierta del templo neogótico –que también presenta serios problemas–, pero han sido desoídos. El caso de Jesús Nazareno demuestra, además, que la visión de conservación del patrimonio es selectiva, pues cuando la ciudad requirió ampliar Carabobo la institucionalidad no halló problemas para mutilar los soberbios arbotantes que tenía el frontis de la vieja capilla.

El padre Corredor dice con voz sosegada que el caso de su iglesia hace parte del abandono generalizado de los otros templos y lugares emblemáticos del Centro, y que a su vez son el símbolo del abandono de la institucionalidad a las comunidades más vulnerables que convergen en el corazón de la ciudad. “Si no velan por las vidas, menos van a hacerlo por ladrillos”, dice.

El sacerdote señala que aunque les preocupa los riesgos de la estructura del templo están tranquilos porque están cumpliendo su misión. Desde la iglesia, y apoyados en la universidad Claretiana –ubicada a escasos cinco minutos– se lanzan a las calles “a intentar verle el alma al Centro”, dice el cura, atendiendo a niños en situación vulnerable, pobres, enfermos, consumidores y habitantes de calle.

La parroquia está ubicada en uno de los puntos más deprimidos del Centro, pero también hay que decir que es una joya que tiene hasta un fascinante museo sobre la historia de las sagradas escrituras y los templos, desde el antiguo Egipto.

En una ciudad que se ufana de liderar listados sobre destinos turísticos, con argumentos y atractivos cada vez más trillados y cuestionables, convendría cuidar esas maravillas ocultas que garanticen que Medellín sea, en verdad, una ciudad que valga la pena conocer y redescubrir

Medellín tiene 232 edificaciones religiosas; 7 son patrimonio de la Nación y otras 13, bienes de interés cultural distrital. A pesar de que la Fundación Ferrocarril de Antioquia ha restaurado 16 templos en años recientes, el panorama general del patrimonio arquitectónico y religioso es desolador. La Basílica de la Candelaria, en Parque Berrío, es otro ejemplo de ello. En recorridos recientes hemos visto como a este y otros templos emblemáticas se los está consumiendo la indiferencia de la administración y la ciudadanía.

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Soy periodista porque es la forma que encontré para enseñarle a mi hija que todos los días hay historias que valen la pena escuchar y contar.