La visita del Rey Felipe IV a Málaga | Diario Sur

2022-10-09 16:29:55 By : Ms. Amily Wong

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Vista de Málaga desde Gibralfaro (H. 1500-1650). Pablo Solo de Zaldívar. Colección particular

La sesión extraordinaria comenzó a la hora convenida tras cumplimentar los porteros municipales la obligada convocatoria a todos los concejales del Ilustre Ayuntamiento de Málaga. Y es que el asunto a tratar era de suma importancia: «D. Gaspar Ruiz de Pereda, Caballero de la Orden de Santiago y su Capitán de Guerra dio cuenta en este Cabildo de cómo ha recibido carta y nueva cierta de que el miércoles pasado, treinta y uno de marzo de este año del Señor de mil y seiscientos y veinte y uno, fue Dios servido de llevarse para sí a S.M. el Rey D. Felipe Tercero, mi Señor».

Así tenía entrada el martes 6 de abril de 1621 en las actas del municipio malacitano la noticia de la muerte del monarca tercero de los Austrias. Por su parte, los canónigos de la Catedral «acordaron tañer las campanas desde hoy al mediodía hasta mañana viernes.»

El paso siguiente fue la lectura de la real cédula que, en la reglamentada fórmula habitual, anunciaba oficialmente la luctuosa noticia al tiempo que proclamaba la subida al trono de un nuevo rey: un joven a punto de cumplir los 16 años y que habría de reinar en «Las Españas» con el nombre de Felipe IV.

Óleo de Felipe IV (1626-1628), de Diego de Velázquez. / Museo del Prado

Finalizada la liturgia mortuoria, se pasó en las jornadas siguientes a levantar el pendón de Felipe IV: ¡El Rey ha muerto, viva el Rey!.

Eso sí, conviene recordar y aunque hoy nos parezca insólito, que estaba reglamentado a la muerte de un monarca la obligación de llevar lutos por seis meses a «ambas cabezas de todas las familias del Reino» o, dicho de otra forma, todo el mundo en España tenía que vestir de negro. Sobran los comentarios que, en cualquier caso, hay que juzgar desde el prisma de la Historia y, como diría Ortega, según sus circunstancias.

Mientras tanto, la vida continuaba. Días después de la subida al trono del nuevo soberano, una real cédula alertaba el 3 de mayo de 1621 a las autoridades malagueñas de un hecho por lo demás habitual en aquellos años: «En Argel se arman tres escuadras, por lo cual manda a esta ciudad se prevenga por lo que resultare». La piratería asomaba a nuestros mares con una frecuencia mayor de la deseada y muy especialmente tras la expulsión de los moriscos a partir de 1609. Una expulsión que provocó una importante crisis económica (sobre todo en el sector primario), llevando además a las bases piráticas de las «tierras de Berbería» a quienes bien conocían los puertos, radas y ensenadas de la costa mediterránea en general y andaluza en particular.

Gaspar de Guzmán. Diego Velázquez (H. 1636). / MUSEO DEL PRADO

La llegada al trono de Felipe IV el 31 de marzo de 1621 supuso la defenestración del duque de Lerma como valido y el ascenso a las más altas magistraturas del Estado de Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares. Este último, por cierto, fue uno de los gestores del viaje por nuestra región del joven monarca.

Como relata John Elliot en su completa biografía referida a Felipe IV: «Su primera tarea fue llegar a conocer sus diversos reinos peninsulares; en 1624 emprendió una jornada de sesenta y nueve días a Andalucía, donde Olivares tenía la esperanza de valerse de su presencia para persuadir a las ciudades del sur a ratificar el servicio que acababa de aprobarse en las Cortes de Castilla».

El 31 de enero de 1624, una real cédula firmada en El Pardo daba la noticia de que el Rey había convenido «dar vista en persona a la Andalucía y sus costas, y por cuanto había de pasar por esta ciudad, le previene y manda que en ella y en los lugares por donde transitase no se hiciesen fiestas e libreas, recibimientos, entradas ni otra alguna demostración que pudiese ocasionar gastos a sus vecinos».

El 5 de febrero, nuestro Ayuntamiento recibió la orden anterior y, pese a ella, el acontecimiento fue aprovechado para el arreglo de los caminos por donde habría de discurrir el séquito. Además, se adecentaron los pueblos y ciudades de paso, celebrándose corridas de toros en la Plaza Mayor, recepciones y tedeum de la catedral que el monarca visitaba.

El viaje se inició el 8 de febrero de 1624, acompañando al Rey lo más granado de la nobleza cortesana del momento.

Un viaje, por cierto, no exento de dificultades y minuciosamente tratado por el profesor Sánchez-Montes González en su obra 'El viaje de Felipe IV a Andalucía en 1624'.

Acuerdos en el Ayuntamiento para preparar la llegada del Rey. / ARCHIVO MUNICIPAL

En el cabildo municipal celebrado Málaga el 26 de marzo de 1964, las autoridades locales comenzaron a adoptar las medidas de rigor ante la inminencia de la llegada: «Que se llegue a apremiar a todos los lugares comarcanos tengan aderezados los caminos y a tomar registro de los panaderos que hay en la jurisdicción, obligándoles trujesen cantidad de pan, para la venida de S.M.».

El obispo Francisco y Mendoza, junto al deán y el cabildo de la Catedral, se hacían eco de la noticia dos días después: «… determinaron, por haber entendido que S.M. llegaría con brevedad a esta ciudad, que fueran dos señores comisarios al Obispo a ofrecerle lo que fuera necesario y que supieran de su señoría cómo se había de recibir a S.M.».

'Relación de las Fiestas que el Marqués del Carpio Hizo al Rey Nuestro Señor' (1624). / BIBLIOTECA NACIONAL

«Jornada que Sv Magestad hizo a la Andaluzia.. Jacinto de Herrera y Sotomayor (1624). / BIBLIOTECA NACIONAL

Con tan importante acontecimiento fueron varias las crónicas del viaje real que explican con más o menos detalle las circunstancias de aquella historia. Una de ellas, conservada en la Biblioteca Nacional, es la que escribió Jacinto de Herrera, Gentilhombre de Cámara del Duque del Infantado que nos dice: «Domingo de Ramos 31 de marzo, fue Su Magestad a comer seis leguas de Marbella a Fuengirola, y de allí cinco a dormir en la celebrada ciudad de Málaga.»

Las autoridades malagueñas habían dispuesto «fuegos, luminarias y artillería», y todo un rosario de antorchas desde la entrada de Felipe IV al caserío malacitano portadas por caballeros y nobles hasta la Alcazaba donde iba a aposentarse.

Firma del corregidor D. Diego de Villalobos y Benavides.

Litografía con la vista de la Alcazaba. L. Haghe.

Llegado a la puerta de la fortaleza islámica, el corregidor de Málaga, Diego de Villalobos y Benavides, aguardaba al Rey con las llaves de la ciudad para ofrecerlas al soberano.

Fue entonces cuando, según cuentan cronistas como Guillén Robles o García de la Leña, entre otros, tuvo lugar un curioso incidente entre el Conde-Duque -que pretendía ganar el favor del joven monarca- y el viejo corregidor, al increparle el primero de forma grosera al segundo:

-¿No hay una bandeja donde mejor vengan esas llaves?

A lo que Villalobos respondió:

-Y qué mejor bandeja para traerlas que estas manos curtidas y trabajadas en el servicio de S.M.

En cualquier caso, una cosa es la Historia (con mayúscula) y otra muy distinta la «historieta». El Conde-Duque se había separado de la real comitiva días atrás emprendiendo camino a Granada, como acertadamente recoge el profesor Sánchez-Montes: «Olivares, separado de la comitiva principal, hizo el recorrido de Medina Sidonia a Villamartín, comiendo en Morón, durmiendo en Osuna, prosiguiendo el día 31 a la Roda, pasando por Antequera, durmiendo en Archidona, siguiendo por Loja, hasta llegar a Granada el día 3 de abril, donde espera en el sitio de la Alameda la llegada de Felipe IV».

Por ello, difícilmente pudo provocar en Málaga donde no estaba semejante escena con el anciano corregidor. Una escena apócrifa que se ha hecho habitual en la historiografía local.

La Plaza en 1564. Anton Van den Wyngaerde. / NATIONALE BIBLIOTHECK DE VIENA

Recreación de la Plaza de las Cuatro Calles. Óleo de Ruiz-Juan.

Al siguiente día de los dos que el monarca permaneció en Málaga y, tras las ceremonias en la Catedral, se desplazaron al Ayuntamiento, situado en la denominada Plaza de las Cuatro Calles, hoy de la Constitución. En dicha plaza se hallaban las Casas Consistoriales al fondo de la imagen de Anton van den Wyngaerde; a su derecha, la residencia del Corregidor con escudo en la fachada y junto a ella, la cárcel de la ciudad.

Tanto en el centro del dibujo, conservado en la Biblioteca Nacional de Viena, como en la recreación que debemos a extraordinaria paleta de Ruiz-Juan, podemos observar también la denominada fuente de Génova, que permaneció en dicha plaza hasta que el gobernador político militar de Málaga Jaime Moreno propuso en el cabildo del 1 de octubre de 1805 su traslado a la entonces naciente Alameda. Una propuesta que la volvió a presentar Teodoro Reding dos años después, siendo finalmente aprobada por el Ayuntamiento el 14 de febrero de 1807.

Felipe IV reconoció también en aquella memorable visita las obras del muelle que avanzaban con serias dificultades según el proyecto del ingeniero Fabio Bursoto. «Se estuvo allí Su Magestad, también cuidando de lo necesario para su muelle y reparos. Escaramuçaron a vista suya cuatro bajeles». Un proyecto iniciado en el mes de enero de1588 y convenientemente estudiado por la historiadora Rodríguez Alemán.

Relación de la planta del año 31. Gerónimo de Soto. / ARCHIVO DE SIMANCAS

En un rasguño levantado por el ingeniero Gerónimo de Soto en 1631 sobre unos apuntes que en 1625 realizó su padre, también ingeniero y del mismo nombre, podemos observar cómo de los tres brazos que proyectara Bursoto solo el primero se había concluido, trabajándose en el segundo que estaba a medio hacer.

El 2 de abril de 1624, el real séquito marchó hacia Granada haciendo un alto en Archidona, donde pasaron la noche. A partir del 18 de ese mismo mes, la real comitiva emprendía el regreso a la Villa y Corte.

En el cabildo del 4 de mayo: «La Ciudad acordó se tome cuentas de todo lo gastado en las prevenciones de reparos de calles, puertas, murallas, caminos y otras cosas y gastos que se siguieron por esta Ciudad a la venida de S.M.».

En este punto, y como consecuencia de la visita real, en la sesión municipal que tuvo lugar el 10 del mismo mes, se acordó levantar «dos cruces de mármol con sus pedestales y se pongan en el camino de la Fuengirola de esta Ciudad… en las partes que más bien pareciere a los caballeros diputados, con sus letreros, en memoria de la venida de S.M. a esta Ciudad, y lo que en todo eso se gastare se pague de propios».

Lápida que recuerda el inicio de las obras del Puerto y la visita de Felipe IV. Por orden del Marqués de Villafiel.

No sabemos si el acuerdo anterior fue llevado a cabo, aunque el Marqués de Villafiel ordenó levantar una lápida en 1673 en recuerdo del inicio de las obras portuarias y de la visita de Felipe IV a la que nos acabamos de acercar en estas líneas.

Y, a modo de epílogo, este viaje pretendió incrementar las finanzas del Estado por parte de las donaciones de las localidades visitadas. En el caso malagueño, el Ayuntamiento ofreció al monarca 200 ducados, cantidad que incrementaba años después de forma considerable con el fin de alcanzar el voto en Cortes.

Málaga no volvió a ser objeto de la entrada de un rey hasta mucho después. Felipe V anunció una posible venida a partir de 1729, iniciando el Ayuntamiento el 28 de febrero de ese año «las prevenciones a tomar» en una visita que finalmente no llegaría a producirse.

En el siglo XIX, Isabel II y Alfonso XII sí que nos visitaron. En el siglo XX vinieron tanto Alfonso XIII como su nieto y biznieto... y en varias ocasiones. Pero esas son unas reales historias que han tratado investigadores como Fernando Alonso, entre otros.