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2022-10-09 19:16:35 By : Mr. Raphael Zeng

El tercer Sábado de cada mes gratis con El País.

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S MODA + VIÑA ESMERALDA

No importa el plan: este verano el mejor cómplice para tus encuentros con amigos sigue siendo Viña Esmeralda, el vino blanco fresco, de notas florales y alma femenina.

Este verano existen tantas razones para celebrar, descorchar una botella de un buen vino blanco y brindar que cuesta enumerarlas en este breve espacio. Por eso hemos pedido a la escritora e influencer Alejandra G. Remón, que nos lleve con su ensoñadora prosa a esas citas ideales que queremos disfrutar con nuestras amistades (im)perfectas estos días. Las mismas que han inspirado a Viña Esmeralda para su nueva campaña. Un vino fresco, de sabor afrutado, notas florales y certificación vegana que promete acompañarnos en muchos de nuestros aperitivos de verano, esas cálidas tardes y las risas al caer la noche. Para elegir tu situación idónea, sigue leyendo…

Un picnic se puede planificar o improvisar… Pero si se incluye en la neverita una botella de vino blanco Viña Esmeralda para que permanezca bien fría, el éxito está garantizado.

PLAN 1: No te dejes para después

No somos perfectos. A veces somos un verdadero desastre.

Somos un cúmulo de buenas intenciones, de ilusión desmedida, de maneras de observar, de entusiasmo, de coraje, de optimismo, sinceridad, alegría y fuerza.

Que solo son perceptibles para aquellos que nos quieren de verdad.

(Y a pesar de esto, nos siguen queriendo.)

A decir verdad, nuestro día a día conlleva demasiadas responsabilidades y, sin querer, en ocasiones nos perdemos, postergamos para otro momento lo importante, obviando que la vida se concentra en el presente, en las personas que están a nuestro lado, en el «aquí conmigo, aunque no te vea» y no en cábalas futuras sobre momentos ideales que o no llegan nunca o, si llegan, no lo hacen en la forma que los habíamos planeado.

Además, en ese círculo vicioso de aplazamientos, el tiempo se va acelerando como por arte de magia y, de repente, a esa hora se le suma otra, convirtiéndose en un día, y ese día se torna semana, luego mes, y luego pasa lo que pasa: «Hace mucho que no nos vemos».

Nos dejamos para después. ¿Y por qué?

No existe tecnología que pueda suplantar la intensidad de un buen abrazo, ni pixeles en una pantalla capaces de captar el verdadero brillo de la emoción en unos ojos, ni sistema que asemeje el sabor de un buen vino degustado en compañía.

Lo siento, eso es imposible de inventar.

Por suerte, existen situaciones reales que podemos engendrar, en principio, con poco esfuerzo: llamar, establecer, quedar.

Tan solo necesitamos un puñado de buenos amigos, un plan y una señal en el calendario: «San Porque sí», «La quedada», «San Queremos».

¿Existe alguna razón mejor?

Siempre hay motivos que celebrar y aventuras que compartir.

Siempre hay secretos que desvelar, anécdotas que recordar y risas que contagiar…

¿Lo has pensado? Reírse de lo mismo o reírse sin motivo es otro tipo de meditación, una que no se realiza en silencio y que precisa de cómplices. Puede provocar agujetas y/o atragantamientos por el estallido inicial.

Y sí, incluso los más asépticos tienen un toque de humor especial.

Lo mejor: ¡Siempre hay motivos por los que brindar!

Te invito a romper con tu rutina y a hacer algo fácil pero especial. No sé, un picnic. ¿Cómo te va?

No necesitas más que algo de picar, un mantel, un buen vino blanco, (la cesta no es esencial, pero, lo admito, siempre le da un toque especial) y escoger un lugar.

¿Qué tal una escapada al campo?

Traza una ruta, despliega tus saberes culinarios, avisa a tus amistades imperfectas y déjate llevar por sus historias. Disfruta de los pequeños placeres que son «gratistotal» y suelta el lastre de los días pasados.

No te dejes para después.

¿En qué momento una soleada tarde se nos convirtió en una noche hasta las tantas? En el momento en que descorchamos una botella de Viña Esmeralda con la que brindar entre risas.

PLAN 2: Una noche en blanco

No sabría muy bien indicar en qué instante de la vida nos conocimos. No recuerdo con exactitud ni el día ni la hora en que nuestros caminos se cruzaron, tampoco la excusa que nos inventamos para continuar hablando y compartiendo nuestras historias… Hace ya tantos años que la memoria no me alcanza, pero sí sé que desde ese momento nos hicimos casi imprescindibles las unas en la vida de las otras.

Somos muy distintas entre sí y llevamos estilos de vida casi opuestos; tenemos inquietudes diferentes y gustos dispares, pero hay algo en común, un vínculo emocional tan fuerte entre nosotras que poco o nada se podría hacer para romperlo.

A veces siento un tremendo orgullo de formar parte su vida, me alegra reconocerlas como mis confidentes, mis amigas, mis hermanas y mis compañeras. Son ese tipo de personas con las que las horas no pasan en balde, sino que se sienten y se recuerdan. Son tan elocuentes, poseen tanta inteligencia, tanta frescura, tanta sabiduría que siempre termina siendo una gran fiesta cualquier excusa con la que decidimos compartirnos, cualquier café, cualquier celebración, cualquier noche de verano. Ellas me aceptan tal y como soy y eso es algo difícil de encontrar. Bastante, diría.

Todavía recuerdo con gran lucidez la última noche en blanco que viví junto a ellas. Fue una de esas noches en las que los planes se fueron sucediendo casi por descuido y resultaron ser terriblemente especiales.

Con Viña Esmeralda, el vino blanco con certificación vegana, siempre hay motivos para brindar y muchas historias que compartir.

Nos encontrábamos de vacaciones en una zona costera y habíamos pasado el día en la playa, aferradas a unas tumbonas, un par de sombrillas y un arsenal de protección solar. El sol y su elevada temperatura se volvieron casi insoportables pasado el tiempo, así que decidimos retirarnos a una hora prudente. Ya de vuelta hacia el hotel recibimos el mensaje de un antiguo amigo común, con quien habíamos coincidido por sorpresa en el vestíbulo del recinto unos días antes. Nos proponía un plan divertidísimo: asistir a una noche en blanco, una de esas fiestas en las que los asistentes deben ir vestidos en colores neutros, la música parece deslizarse entre la brisa del mar y la gente baila con mejor o peor acierto sobre la arena mientras las risas y el rumor de las conversaciones se hacen más evidentes conforme pasan las horas y las copas vacías de vino blanco van poblando las mesas.

Fue una noche memorable. Esa es la verdad.

En ese idílico marco nos sentimos libres, nos reímos, nos despojamos de todos nuestros complejos, nos abrimos en canal y nos prometimos una amistad eterna, la cual sellamos con un gran abrazo bajo la luz de la luna.

Las anécdotas se fueron sucediendo y nuestra complicidad fue aumentando, tanto como nuestros secretos.

Desde entonces, esa noche se ha convertido en mi refugio.

A ella recurro siempre que puedo y en ella habito siempre que brindamos con una copa de vino.

De vino blanco, por supuesto.

El auténtico lujo está en esas cosas que quedan al alcance de todos: como descorchar una botella bien fría de Viña Esmeralda para vestir una cena y dejar que sus notas afrutadas nos acompañen entre risas.

De un tiempo a esta parte tengo un pequeño conflicto con el significado del lujo y su democratización, porque ¿puede algo lujoso estar al alcance de todos y seguir siendo exclusivo? Es más, ¿en qué consiste la exclusividad, realmente?

He reflexionado muchas veces sobre ello, pero yo no soy ninguna filósofa y los pensamientos que he podido dedicarle al asunto han sido más bien esporádicos, guiados antes por la curiosidad que por un afán analítico.

Aun así, gracias a estas divagaciones he llegado a la conclusión de que el concepto de lujo es subjetivo y personal, como la belleza y sus percepciones, y que lo que yo considero como exclusivo es simple y llanamente aquello que no está a mi alcance.

Existen multitud de razones para que esto sea así, quizá la más habitual sea la económica, pero en muchas ocasiones es la distancia o la agenda o la gestión de mis emociones.

A veces entiendo como un verdadero lujo poder cambiar de escenario y rodearme de naturaleza, poder gestionar mi propio tiempo a mi antojo o desconectar el teléfono cuando estoy de vacaciones, y no tanto el hecho de darme un capricho o de vivir una experiencia de precio elevado.

En otras es regalarme un masaje o un momento de soledad, recibir un abrazo de la persona que amo, comprar unas flores o ese precioso par de zapatos con los que llevo tiempo soñando a través del cristal.

Entiendo como exclusivo algo que es único, irrepetible, pero más allá de su excepcionalidad, debo valorarlo como auténtico y, para llegar a esta valoración, he tenido que vivir con anterioridad muchas otras experiencias. Así, poco a poco, voy educando mis ideas y aprovechando las ocasiones que la vida me otorga para ir forjando esta idea lujosa y especial.

Una de las ocasiones más especiales y lujosas que he vivido sucedió en un restaurante.

La ocasión merecía ser celebrada por todo lo alto y puse todo mi empeño en que fuese perfecta y singular, algo que fuese excepcionalmente único para mí y para mi acompañante.

Qué cosa tan sencilla, ¿verdad?

Recuerdo que me compré un vestido precioso y reservé una mesa apartada pero con vistas en un punto remoto de la ciudad. Tardé varias semanas en conseguirla, es cierto, pero mereció la pena. La intimidad compartida en ese enclave, junto a la luz de las velas, las notas de jazz que correteaban por toda la estancia y ese menú fabuloso maridado con vino blanco junto a aquella sonrisa me hicieron sentir única.

Quizás me hubiera bastado solo con la compañía, es posible, pero verme rodeada de belleza en aquel enclave repleto de arte, de comodidad, bajo la luz tenue, degustando sabores infinitos y deliciosos mientras nuestras manos se entrelazaban entre las copas y los brindis se sucedían sin remedio, fue un verdadero acierto.

Fue un lujo a mi alcance, una experiencia magnífica que nunca hubiera imaginado, solo intuido.

Una noche perfecta en un lugar especial.

Una exaltación de todos mis sentidos.

Algo que, de vez en cuando, a tu manera y en la medida de tus posibilidades te sugiero vivir.

Foto apertura, de izquierda a derecha: mantel, platos y servilletas de ZARA HOME; porta servilletas de madera de KAVE HOME; con los dips y crudites, cerámicas de SEZÈ STUDIO; cuchillos para queso y cucharas de ZARA HOME; cuencos con frutos rojos de ETON MESS; bandeja de madera y jarrones de piedra de ZARA HOME.

Foto 1 (picnic): manta de MAISONS DU MONDE; cesta de picnic, mantel de cuadros, paño de cuadros verdes, cesta con sándwiches, paño de cuadros y servilletas, todo de ZARA HOME; sombrero de cuadros Vichy de THE BAD LAB para @esfascinante; con las uvas y el bocadillo de pollo, cuenco y plato de KAVE HOME.

Foto 2 (piscina): en la tumbona, toalla de TUCCA y bolsito de LAIA ALLEN; bolso de paja de ZAHATI y gafas de NINA MUR, todo para @esfascinante; sandalia azul de material reciclable y sandalias amarillas planas, ambas de CAMPER; toalla amarilla de KAVE HOME; y bandeja de mármol de ZARA HOME.

Foto 3 (cena), de izquierda a derecha: mantel de ZARA HOME; servilleteros de madera como portavelas de KAVE HOME; candelabro de ZARA HOME; servilletas y cubertería dorada de ZARA HOME; vajilla de cerámica de KAVE HOME; bajo platos dorados de ZARA HOME; y portavelas de cerámica MAISONS DU MONDE.

Artículo actualizado el 19 julio, 2021 | 11:17 h

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